La Bea surgió del ejercicio de lanzar una serie de cajas en un tablero –el perímetro de la vivienda existente–, deslizándose hasta reposar en el lugar desde el que eran capaces de resolver el programa del proyecto. Este juego dual de entender lo construido junto con el vacío que construye, condujo el proyecto a sostenerse sobre una lectura de opuestos, hasta llegar a su expresión más elemental: el blanco y el negro. Toda la casa se convierte en un lienzo en blanco que enseña sus perforaciones, muescas y cicatrices estrictamente negras.